Rol Rebecca-Enisse

Si he decidido salir de mi casa en al Aldea de los Vencedores no ha sido por otra cosa que por ver el amanecer. Y bueno, por que estaba harta de ver, una y otra vez, a los chicos que entraron en la Arena conmigo, pero que no llegaron a salir. Y, siendo del Distrito cuatro, qué mejor para despejarse que darse un paseo por la playa. A pesar de ser ya casi las nueve, todavía queda gente disfrutando del agua, los pocos rayos del sol o las últimas risas junto a los amigos. Amigos. Perdí a mis amigos cuando perdí la Enisse que había sido antes de convertirme en tributo.
Antes de pisar la tierra humedecida, me quito los zapatos, llevándolos sujetos en mi mano durante todo el camino hacia la fresquita agua del mar.
A veces, cuando miro el horizonte, me dan ganas de escapar en una barca a cualquier otra parte, y olvidar este cruel mundo, pero no puedo, tengo que quedarme aquí hasta que le llegue el final a Snow.
Comienzo a andar por la orilla, dejando que las olas me mojen los pies con suavidad, mientras los débiles rayos del sol me iluminan y casi atraviesan, por que no sé que me pasa hoy, pero siento como si me fuera a derrumbar.

Sé que la arena no tiene la culpa de mi monotonía, de mi aburrimiento, pero sigo dándola patadas, levantándola y haciendo que, los que caen sobre la superficie del agua, me salpique y mojen los pantalones, pero a penas los siento, estoy demasiado concentrada en idear un plan para hacer algo que valga la pena.
Las sugerencias no son muchas, así que hasta se me ocurre que podría volver a la Arena, no a la que estoy pisando, sino a la que pisó a veintitrés chicos y casi a mi misma cuando llegó el momento, pues fue mucho más emocionante que lo que estoy viviendo aquí. Allí al menos podía pegar un tiro y nadie me miraba con miedo o me atribuían de loca.
Sea como sea, sigo dando patadas hasta que una parte de la que lanzo impacta contra la pierna de una chica, a apenas unos pasos de mi.
No me importa quién sea, pero aún así no pudo evitar elevar la mirada y alejarme de mis extrovertidas ideas que no van a ninguna parte, salvo, tal vez, a reforzar las opiniones de que estoy como una cabra, pero qué sabrán los demás, no han vivido nada que les haga cambiar.
Mis ojos se clavan en los de la chica que ha recibido el golpe de arena en el gemelo y a la que, por estar a contra luz, no veo realmente bien, y aunque no digo ni una sola palabra, mi expresión fría y seria lo dice todo; no pienso perder el tiempo con las personas.

Voy a seguir caminando, voy a seguir ignorando al munddo, voy a seguir inmune ante el sol del atardecer cuando veo el rostro de la chica que estaba en mi camino, que estaba ahí como un obstáculo más entre miles de ellos.

No me cuesta demasiado reconocerla. La vi hace unos años en la Gira de la Victoria, esa celebración en honor a un asesino obligado a matar con recompensa de vida. Sin embargo, se me hace raro verla por aquí, no es de este Distrito, pero bueno, muchos se pasan por él nada más que por la playa, para muchos, un espejismo que solo existe aquí.
Aunque para nosotros, los peces del Capitolio, no es nada nuevo, llevamos el aroma a playa en la piel, la sal en la sangre.

Además, no es fácil olvidar a esta chica, creo que tenía una carácter bastante fuerte. No la conozco de primera mano, pues claro, cuando la vi por primera vez en carne y hueso yo era un tributo y ella mentora de otros dos, entonces, de una forma y de otra, y aún sabiendo que tenía la misma edad que yo, me sentía inferior no por otra cosa que por mi condición de tributo.

-Ahora somos iguales -se me escapa de mis pensamientos como un papel en el viento, y cuando quiero darme cuenta ya es tarde. No me llevo las manos a la boca como si hubiera cometido la mayor tontería o algo parecido, sino que, ya puestos, espero a ver su reacción. Este año me toca a mi como mentora de cuatro y no tengo ni idea de por dónde coger el testigo, tal vez tener algunas confianzas con el resto de mentores sea de ayuda, además, quién iba a entenderme mejor que alguien que ha vivido lo mismo que yo.