De cuando todo era más fácil{Vera}

No sabía como no había caído en aquello y se sintió un poco tonta porque tenía toda la razón. Claro que la podía mantener, mientras fuera una cantidad razonable, pero tampoco era plan de hacer aquello. Siempre era mejor la carne fresca. La vio reír de ese modo que veía que al parecer era tan típico de ella, entre dientes y solo ligeramente. Habían llegado a la frontera y podía ver ya mucho más cerca la hilera de casas que se extendía enfrente de ellas. Al agacharse dejó el ciervo con el mismo cuidado y en el mismo momento en el que Vera lo hizo. De otro modo el ciervo habría caído o se habría golpeado contra el suelo pero de ese modo no.

Se miró las manos y loa brazos al estirarlos tras haber estado cargando el animal. Al mirarse el jersey vio que no solo tenía las manos y los brazos manchados de sangre sino que en el pecho también producto de haber estrechado el animal para que no cayera. Realmente el animal había sangrado bastante por el costado, que era donde le había dado.

Se frotó las manos ensangrentadas y movió los dedos aprovechando el tener las manos libres y desocupadas y mientras lo hacía escuchó a Vera por lo que Valentine la miró. Sonrió ampliamente y a la emoción que ya de por si ella sentía se añadió la de Vera por lo que botaba un poco más que ligeramente-Me parece perfecto-respondió radiante fijando sus ojos marrones que brillaban fruto de la emoción en los verdes de Vera viendo que los de ella también brillaban.

Se agachó y cargó al ciervo como si tratara de una combinación entre un niño y un saco de patatas por como lo sujetaba y miró a Vera-Nos vemos mañana-se despidió y tras ver como esta pasaba la frontera momento en el que ella misma empezó a andar hacía su propia casa con el animal. Pesaba pero no estaba tan lejos y ya no pensaba tanto en el peso del animal. Aunque sus brazos y su espalda se quejaran como antes.

Tras despedirme de Valentine, esperé sin pasar al otro lado de la valla a que ella desapareciera rumbo a la Aldea. La saludé con la mano como despedida, sonriente a toda costa no sólo porque realmente pretendía actuar con naturalidad, sino porque la idea de haber estado con ella me había impulsado a hacer lo que hice. Nada más volví a estar sola, corrí como si mi vida dependiera de ello hacia casa a coger ciertos utensilios y me adentré de nuevo en el bosque.

A pesar de que hubiera anochecido, recordé las lecciones que me dio mi padre respecto a los pájaros y la noche. Troté rápidamente entre los árboles, saltando ramas caídas y raíces con agilidad y no siendo tan cuidadosa como lo había sido antes. Tropecé un par de veces pero mereció la pena cuando llegué a un sitio donde los nidos eran más que habituales y abundantes. Ahora los animales estarían descansando, así que podría hacerme con alguno si encontraba su guarida. Me subí a un par de árboles y lo único que pude divisar fueron algún que otro buho y una lechuza en un ciprés más allá. Me costó más de una hora salirme con la mía, pero, finalmente, conseguí dar con el animal y atraparlo con una red mientras dormía. Para impedir que escapara tuve que arriesgar mi propio cuerpo, y es que caí de una altura de dos metros, haciéndome más de un arañazo y dándole paso a ciertos cardenales.

La próxima mañana, con el ave aprisionada en una jaula que yo misma había creado, me encaminé, partiendo de lo mínimo que sabía sobre el nuevo hogar de Valentine, a la vecindad donde residía. Conseguí encontrar su casa, la cual era gloriosa, y me atreví a pulsar un pequeño botón cuyo timbre me sobresaltó. Para cuando alguien abrió la puerta, yo ya no me encontraba allí, tan sólo la pajarera con el alado y una nota dentro que decía: